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Cuando el frío viento invernal del norte agita las aguas del mar, hasta convertirlas en trampa funesta que porfía por arrastrar a los buques al abismo, los ojos de los marinos exhaustos, que se agarran desesperadamente al pecio de su navío, escrutan ávidos el horizonte buscando una tierra firme que les ofrezca salvación.


Entonces, allá a lo lejos, aparecen ante ellos las costas rocosas de Menorca, que resisten impávidas el azote de las gigantescas olas estrellándose contra las peñas entre nubes de espuma. Luchan por sobrevivir, pero pocos marinos consiguen escapar a su trágico destino.


Por ello, cuando en los días de bonanza sus naves pasan cercanas a la costa, los marineros saltan a tierra y erigen montículos de piedras en honor a las Nereidas que habitan en aquellas aguas, para que en caso de desgracia, les sean propicias.


Cuando pasees cerca de aquellos acantilados, encontrarás muchos de esos pequeños monumentos. Respétalos, ya que son obra de antiguos navegantes que estuvieron allí hace miles de años, antes de que la Historia empezase a escribirse.


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